jueves, 30 de agosto de 2012

la partícula de dios:

Llama la atención el nombre que ha recorrido el mundo con el probable descubrimiento del llamado ‘bosón de Higgs’, hecho por los científicos del mega acelerador de partículas subterráneo de Ginebra: ‘La partícula de Dios’ o ‘Partícula divina’, como la bautizó el físico Leon M. Lederman, en el libro que le dio el premio Nobel en 1993. Así la han llamado también científicos ateos.
Sin ella, según las teorías actuales sobre la naturaleza del universo, nada podría tener masa y todo sería un caldo de energía pura. El hecho que exista, parece demostrar que el universo tiene una estructura fundamental y que poco a poco se va descubriendo mejor qué sucede en la naturaleza. También manifiesta la limitación de las matemáticas, que sirven solo hasta cierto punto, porque la realidad va siempre más allá, en esa correspondencia real que debe haber entre el mundo y el pensamiento. Los científicos descubren leyes que ellos mismos no han creado, realidades que están allí, ante las cuales solo queda rendirse. Algo semejante sucedió cuando fue descifrado el genoma humano.
Los científicos expresaron con orgullo y admiración: “Hemos descubierto el lenguaje de Dios”. Surge siempre la pregunta, a la que ellos no tienen capacidad para responder, porque exceden los límites de la ciencia: ¿quién las puso allí? El científico se limita a decir que las descubrió, el creyente sabe que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa. De alguna manera se tiene la impresión de que, en la medida en que se llega más lejos en los descubrimientos científicos, en cuanto se profundiza más y más en el conocimiento del universo, la distancia de las verdades encontradas por la ciencia –aun conservando su propia autonomía– con relación a la que nos ofrece la fe, se va haciendo cada vez más corta.

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